Esta reflexión está especialmente dedicada a todos los que como yo, nacieron entre 1980 y 1989, porque somos la mejor generación y ninguna de las futuras se asemejará en nada a nosotros.
Somos la última generación que hemos aprendido a jugar en la calle a las chapas, la peonza, las canicas, la comba o la goma y, a la vez, somos la primera que hemos jugado a videojuegos, hemos ido a parques de atracciones o visto dibujos animados en color. Comíamos Phosquitos y los Tigretones eran lo mejor, aunque aquello que empezaba (algo llamado Bollycao) no estaba del todo mal.
Tuvimos que tragarnos bodrios como: “Reality Bites”, “Melrose place” o “Sensación de vivir” (te gustaron en su momento, vuélvelas a ver, verás que chasco). Lloramos con la muerte de Chanquete, con la madre de Marco que no aparecía, con la maldad de la Señorita Rottenmeyer. Nos emocionamos con superman, ET o En busca del Arca Perdida. Somos la generación del “El coche fantástico”, “Oliver y Benjí”, de “Espinete, Don Pimpón y Chema”... La generación que se cansó de ver las mamachichos.
Hemos vestido vaqueros de campana, de pitillo, de pata de elefante y con la costura torcida; nuestro primer chándal era azul marino con franjas blancas en la manga y nuestras primeras zapatillas de marca las tuvimos pasados los 10 años.
Hemos sido las cobayas del sistema educativo, los últimos en hacer BUP y COU, y los pioneros de la E.S.O.
Nosotros hemos aprendido lo que era el terrorismo contando chistes de Irene Villa, vimos caer el muro de Berlín y a Boris Yelsin borracho tocarle el culo a una secretaria.
Gritamos “OTAN no bases fuera”, sin saber muy bien qué significaba y nos enteramos de golpe un 11 de septiembre.
Vemos que el piso que compraron nuestros padres ahora vale 20 o 30 veces más, de los que estaremos pagando nuestra vivienda hasta los 50 años.
Aprendimos a programar el video antes que nadie, vimos los primeros móviles y creímos que Internet sería un mundo libre.
Somos la última generación que vió a su padre poner la baca del coche hasta arriba de maletas para ir de vacaciones. ¡La verdad es que no sé cómo hemos podido sobrevivir a nuestra infancia! Mirando atrás es difícil creer que estemos vivos.Nosotros viajábamos en coches sin cinturones de seguridad traseros, sin sillitas especiales y sin air-bags; hacíamos viajes de más de 3h sin descanso y con cinco personas en el coche. No tuvimos frascos de medicinas con tapa a prueba de niños.
Andábamos en bicicleta sin casco, ni protectores para rodillas ni codos. Los columpios eran de metal y con esquinas en pico. Nos rompíamos los huesos y los dientes y no había ninguna ley para castigar a los culpables. Nos abríamos la cabeza jugando a guerras de piedras y no pasaba nada, eran cosas de niños y se curaban con mercromina (roja) y unos puntos.
Íbamos a clase cargados de libros y cuadernos, todo metido en una mochila que, rara vez, tenía refuerzo para los hombros y, mucho menos, ruedas. Comíamos dulces y bebíamos refrescos, pero no éramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto.
Y ligábamos con las niñ@s jugando a beso, verdad y atrevimiento o al conejo de la suerte , no en un chat.
Éramos responsables de nuestras acciones y acarreábamos con las consecuencias. No había nadie para resolver eso.
La idea de un padre protegiéndonos, si trasgredíamos alguna ley, era inadmisible, si acaso nos soltaban un cachete y te callabas.
Tuvimos libertad, fracaso, respeto, éxito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello. ¿Tu eres uno de ellos? ¡Enhorabuena! Tuvimos la suerte de crecer como niños, y no como las nuevas generaciones que hay ahora que se creen algo y no tienen respeto ni educación a nadie.
10.11.06
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